Es considerada como uno de los elementos de los llamados “Cuatro tesoros de la Cámara del Literato”: la tinta, el pincel, el tintero y el soporte. Expresión ésta que sobrevive desde la dinastía Han, (S.-lll a.C.).

Los dos primeros elementos forman una especie de matrimonio y que de su armónica e inteligente unión nace la creación artística. La tinta aporta la materia y la luz, el pincel dota y transmite el espíritu del pintor quien lo recibe, a su vez, del Cosmos, que operando la conjunción de ambos produce una metamorfosis creadora, instalándose la vida, luz y orden en el caos, por tanto trasmitiendo el espíritu del Universo a la misma obra de arte.

Según los xinólogos, la unión del pincel y tinta es resolver la distinción del yin y yang descifrando el caos, ¿Qué quiere decir esto?, veamos: Cualquier cosa en el Universo está vinculada al juego del ying – yang. Para la luz, lo claro es yang y lo oscuro es yin. Para una casa, el exterior es yang y el interior es yin. Para los objetos, lo alto es yang y lo bajo es yin. Son los opuestos que siempre, coexisten y que conforman cualquier cosa o entidad y que por muchas mutaciones que se hagan siempre permanecerán, al igual que un bastón por muchos cortes que diésemos siempre, cada uno de los nuevos trozos, seguiría teniendo dos extremos. Para lograr los contenidos yin – yang en la obra de arte tiene que haber vacío–lleno en el pincel. Así como no hay nada que sea completamente yin o yang, si no que que siempre hay yang en el yin y yin en el yang, también en el pincel debe haber vacío en lo lleno y lleno en lo vacío. De forma práctica, en la pintura a la tinta, lo lleno queda encarnado por la tinta concentrada que delimita o marca formas, mientras que de la representación del vacío se encarga la tinta diluida o ligera, lo que formaría la difuminación de la forma, la situación de una forma en la distancia, las nubes, bruma, niebla etc.

Con este juego de yin – yang de la tinta, concentrado - diluido, seco – húmedo, blanca – negra, se llegó incluso a dejar en un segundo plano al color, pues éste era prescindible, considerando los pintores letrados que el color transmitía menos espiritualidad a la obra o cuadro, de aquí la famosa frase: “ Quien tiene tinta, tiene todos los colores”.

También los grandes maestros chinos lo sabían, se esforzaban en captar la tinta viva, pues si ésta es demasiado seca se perdería la representación de la vida-movimiento (qi-yun), si se diluía en exceso se perdería la belleza, y todo ello creando vacío en lo lleno y lleno en lo vacío. Como dice Ding Gao: “En pintura, al igual que en el universo, el vacío es el atuendo del yang y el yang es la médula del yin”

El pintor que está en sintonía con el Tao asume la no exclusiva materialidad del pincel-tinta, que también, si no que eleva esta dualidad a valores de orden cósmico, implicando creaciones de rango elevadísimo, casi diría lejos de lo materialmente terrenal. Tang Dai lo sabía cuando escribió: “ El pincel es activo por eso consigue el yang; la tinta es pasiva, por lo tanto aporta el yin. Se crea el yang mediante la captación del (qi) espíritu con el pincel y el yin produciendo (cai) valores o tonos con la tinta. Por eso se dice que "Cuando el pincel canta la tinta baila". 

 Por otra parte lo primero que nace de esa especie de unión “sexual” de pincel-tinta es el trazo. Un simple trazo o pincelada nos induce a casi conocer la vitalidad de la próxima obra que aun está por aparecer, confiriendo ya una calidad que es atribuible de forma inmediata a su autor. Shitao al hablar del Trazo Único, decía: "Que es el nexo de unión entre el espíritu del hombre y el Universo. El trazo revela las pulsiones irresistibles del hombre, permaneciendo, sin embargo, fiel a lo real".

Por supuesto que el trazo del pincel no es una simple línea o el contorno de las cosas, si no que su principal misión será la de captar el (Li) o línea interna de las cosas. Por su grosor o finura, lo concentrado o diluido, por la presión y pausa, el trazo es a la vez forma o color, volumen y ritmo, aportando luz al siempre enfrentamiento entre dibujo y color. En el arranque y salida del trazo se pueden averiguar muchas connotaciones que anima el espíritu del pintor en el momento de la creación. 

Los dos tipos de trazos a la tinta que representan con mayor evidencia el vacío interno son el “Ganbi” o pincel seco, que humedecido con poca tinta aporta equilibrio entre la presencia y la ausencia, entre la sustancia y el espíritu, dotando a la obra una atmósfera de no-contradicción e integrando en la misma la armonía de los elementos que la componen, evitando los muy frecuentes antagonismos; el otro trazo llamado “Feibai” consiste en la utilización de pinceles irregulares, de pelos no concéntricos o simétricos respecto del mango, separados entre sí, proporcionando un gesto en la pincelada con profusiones de espacios en blanco, como si el propio trazo, al ser dado, viniera ya acompañado del necesario vacío. 

Para sugerir o modelar formas nos aprovecharemos del trazo "Cun” que es quebrado y tiene diferentes variantes, cada una específica o próxima a las distintas formas que puede presentarnos la naturaleza. El Cun está formado por trazos curvos o en gancho y en el mismo se pasa del fino al grueso y viceversa, del gesto rápido al pausado y, si se moja antes parte del papel del seco al húmedo, creando, al mismo tiempo, con estos opuestos, el yin-yang, tan imprescindible como el mismo vacío para dotar a la obra de arte de vitalidad. 

Por eso decían: 

"Apenas el pincel toca el papel, las figuras aparecen en relieve"
DONG QUICHANG
"En el trazo quebrado, existe oposición entre lo lleno y el vacío. Es importante variar el juego: que lo compacto y lo concentrado alternen con lo hueco y fino, para que todo se encuentre prolongado con el espíritu"
BU YANTU

El trazo a la tinta interrumpido está más dotado de sobreentendido, de reticencia, dice más diciendo menos, ésto, anima la comunicación del cuadro con el espectador, ambos se tienen que esforzar para entenderse sin palabras, solo con los silencios, como ocurre en la obra musical o con las palabras deliberadamente omitidas en la creación literaria. De este esfuerzo surge, la mayoría de las veces, la necesaria empatía (sentir en), que ayuda a la penetración, casi física, del espectador en el cuadro y del cuadro en el espectador; no olvidemos que ambos son creaciones dotadas de espíritu y fuerza vital y por tanto microcosmos a semejanza del gran Cosmos, hacedor de vida.

Todas las cualidades que buscamos representar con la tinta en el cuadro, como: reposo, infinidad y vitalidad, van a venir -sin duda- de la interpretación que del ritmo hagamos con el trazo. Este medio pictórico, que no solo es equilibrio en las llamadas que nos hace el cuadro para que nuestra vista-mente lo recorra sin limitaciones o fijando un orden deliberadamente establecido, es también equilibrio y repetición de trazos, masas, vacíos, luces, que producen la unidad esencial. Con el ritmo trasladamos vitalidad al cuadro evitando que la vista-mente descanse demasiado tiempo en cualquiera de sus elementos, o introduciremos la noción de infinidad con la inseguridad que produce el desvanecimiento del trazo o la mancha. Sin ritmo el cuadro carecerá de ese aliento anímico que lo convertiría en cosa muerta que nada nos transmite. Tienen que procurarse contrastes, movimiento de trazos curvos o diagonales; y, si hay color, con el brillo de las manchas en antagonismo con los oscuros, será pues, en resumen, todo lo que aporte actividad, como la vida misma.

La correcta utilización, en este caso de la tinta, al igual que cualquier otro medio –sincero- de creación artística, enriquece la experiencia espiritual del espectador o autor y ese es el verdadero significado o justificación del arte, impactar, cuantas más veces mejor, en el alma para crear estados de conciencia más sublimes y puros que, arrinconando la materialidad, la formalidad, trascienda lo puramente visible. Por ahí, pienso, se justificaría la abstracción. La obra es algo accidental, es el resultado, siempre que sea sincera, de una experiencia espiritual, pero la misma es efímera, acaba perdiéndose, no nos va a acompañar siempre, la materialidad de la obra creada no se nos va a pegar al alma, pues ésta no admite intrusos en sus largos caminos, al final será una especie de huella que dejamos sobre la orilla del mar y que antes o después será borrada para siempre. Lo importante no es el gráfico que registra el sismógrafo, si no el terremoto en sí mismo. Algo parecido, que resume lo anterior, quedo recogido por Zhou Zouren cuando decía: "todo lo que puede ser enunciado carece de importancia".

En realidad, lo que el artista intenta es transformar sus emociones en formas gracias a esa empatía compartida con la naturaleza, pero insistamos en que el verdadero mensaje que se intenta comunicar está detrás de la forma y no en su brillantez perfeccionista. 

"El propósito de las palabras es transmitir ideas. Cuando las ideas han sido comprendidas Las palabras se olvidan. ¿Dónde puedo encontrar un hombre que haya olvidado las palabras? Con ese me gustaría hablar"
Chuang Tzu